Entorno natural
Hasta el cerro de la Cruz, que es la cota máxima de toda la Etapa, la dirección predominante de la marcha es hacia el norte, y es allí donde va girando progresivamente hacia el oeste. Es esta loma la que eclipsa todo lo demás del recorrido, si bien desde el punto de vista natural la joya es el cauce del arroyo de las Huertas o de Burriana. La cárcava excavada en la roca sobre la que se asienta Villanueva de Algaidas (Villanueva de los Bosques en una traducción libre) es una verdadera isla en el mar de olivos, un relicto de la vegetación original alentada por las condiciones de umbría.
No hay consenso sobre dónde coge su nombre de río Burriana, pero sí en que a partir de Villanueva de Algaidas ya se llama así. Esto es lógico puesto que del pueblo hacia arriba el abanico de afluentes de igual o parecido caudal es numeroso, si bien los cursos fluviales de mayor renombre son los arroyos del Bebedero y del Infierno, que vienen desde la ahora lejana Sierra del Pedroso.
Eso sí, está claro que el río ha sido el arquitecto encargado de excavar las areniscas calcáreas del Mioceno hasta formar un cañón de escaso recorrido pero altura considerable. En los laterales del sendero se ven las huellas de las oquedades excavadas por las aguas cuando el río iba por un nivel superior. La roca conserva su bonito color albero en esas cavidades y en los extraplomos, que contrasta con el negro ceniza de los cortados expuestos a la acción oxidante del agua de lluvia, sobre todo en las superficies de arriba, más expuestas.
La vegetación en esta cárcava es exuberante, con cañaverales en las zonas más abiertas, y destacando una nutrida población de almeces de grandes hojas, por lo umbroso del lugar. El Almez o alatonero (Celtis australis) es una especie de la misma familia que el olmo, con quien comparte localización aquí, éste normalmente más cercano al cauce. Es un árbol caducifolio indiferente al tipo de suelo, de hasta 30 m de altura y corteza lisa de color gris. Suele estar muy ramificado, con una copa a veces enorme pero con un tronco definido, que conforme va envejeciendo el árbol puede vaciarse, quedando hueco en su interior. Las ásperas hojas de base asimétrica, aovadas o lanceoladas, tienen el margen dentado pero terminan en una punta larga y curvada, lo que las diferencia de las del olmo. El fruto maduro, la almencina, es comestible y de sabor dulce, carnoso, negro y con un solo hueso central grande. Son muy numerosos y permanecen a menudo en las ramillas después de la caída de las hojas. Como proporciona buena sombra y es poco exigente en cuidados, se usa mucho en jardinería y como árbol urbano.
En este entorno tan árido (antes del río solo hay algunas retamas e hinojos), es chocante encontrar el bosque de encinas de aspecto natural y saludable que asciende hasta los cortados y cobija una gran diversidad de especies del matorral noble: coscoja, lentisco, aladierno, jazmín, retama loca (Osyris alba), higueras silvestres a veces enriscadas y algunos quejigos. Las culebras de agua, la rana común y el sapillo pintojo se han citado en estas aguas, y se dan las condiciones óptimas para diferentes insectos, especialmente aquellos asociados a los cursos de agua, como libélulas y caballitos. En años de generosa pluviometría el curso fluvial acoge a diversos odonatos, entre ellos algunas de las especies africanas que durante el pasado siglo colonizaron el continente europeo: Crocothemis erythraea, con su llamativo color rojo en todo el cuerpo y alas mayormente transparentes; Trithemis kirbyi, muy parecida a la anterior pero con gran parte de las alas teñidas de un tono azafranado; y Trithemis annulata, de un elegante y bello color violáceo y rojo intenso.
La primera parte de la subida al Cerro de la Cruz, con arcillas de un color muy claro, apenas proporciona algo reseñable desde el punto de vista natural. En los cortijos en ruinas hay lugar para los mochuelos y otras aves, pero son las encinas de mayor porte diseminadas en el agro las que ofrecen un lugar para el ratonero común. El rabilargo, los dos estorninos, los fringílidos y algunas currucas son también habituales en el olivar.
En el descenso hay que estar atentos para localizar a la derecha el Chaparro Borondo, el de mayores dimensiones de la zona y tan querido que ha merecido un cartel alusivo abajo en el Cedrón. Se trata de un solitario testigo de la ancestral riqueza forestal de este entorno con vistas espectaculares hacia tres provincias. De hecho, no muy lejos del camino se observa una de las escasas manchas de matorral mediterráneo (coscojas, abulagas y jaras) y encinitas achaparradas. Parece ser que la anteriormente abundante liebre ibérica ha sido sustituida ahora por el conejo, cuyas huras están por todas partes.
Es aquí donde se puede localizar a la Musarañita o Musgaño enano (Suncus etruscus), una especie más pequeña que la musaraña común, de cabeza grande y orejas redondeadas típica de zonas con cultivos y vegetación mediterránea a menos de 1.000 metros de altitud. Requiere terrenos abiertos o mosaicos de arbolado en los que haya cierta cobertura vegetal, y es por ejemplo frecuente en olivares, cultivos abandonados y encinares aclarados. Con un alto metabolismo y una esperanza de vida de tan solo un año y medio, está activa la mayor parte del tiempo, ingiriendo el doble de su peso al día: insectos, arañas, lombrices, pequeños reptiles y, ocasionalmente, aceitunas. Paren hasta 6 veces al año durante los meses de temperaturas altas, de 2 a 6 crías cada vez, que se trasladan detrás de la madre en fila india durante su aprendizaje.
Y la mayor de nuestras culebras, la bastarda (Malpolon monspessulanus), se ha citado también por aquí. Aunque no muy robusta, puede alcanzar casi 2 metros de longitud total. La cola y la cabeza son estrechas y alargadas, y en esta destacan las escamas supraoculares, que se disponen de manera prominente a modo de ceja, lo que le confiere un característico aspecto enfadado. La coloración es verde uniforme en los machos adultos, con una mancha negra-cenicienta en el primer tercio del cuerpo denominada silla de montar y ocasionalmente escamas azuladas en los costados. Las hembras y los ejemplares juveniles son de color marrón ocre, con un moteado regular de tonos marrones, blancos y negros. Se adapta bien a los medios alterados por el hombre y es común en el medio agrícola, así como en urbanizaciones, bordes de núcleos urbanos y pequeños pueblos. Probablemente, de las malagueñas sea la culebra más fácil de ver debido a que sus hábitos son terrestres y diurnos (toma largos baños de sol en pedregales, majanos y muros de roca), su gran tamaño y la cercanía a las poblaciones. Caza activamente a sus presas, principalmente pequeños mamíferos y otros reptiles. Es un ofidio opistoglifo, con pequeños dientes en el extremo posterior de la mandíbula que inoculan el veneno, sin peligro para los seres humanos y con accidentes extremadamente raros producidos siempre durante su manipulación inexperta.
En el tramo final cerca del río Genil la biodiversidad aumenta, con los estivales ruiseñor común, oropéndola o abejaruco. Hay en Cuevas Bajas un observatorio desde el que buscar especies ligadas al medio fluvial (cortados arcillosos y bosque en galería) como el martín pescador, el avión zapador, el zarcero bereber o el carricero común. Destaca aquí una población del escaso pájaro moscón (Remiz pendulinus), que en la provincia suele verse en las desembocaduras de los ríos de la cuenca mediterránea y también en esta zona de forma más estable, como reproductor. Probablemente los machos construyan los nidos más elaborados de todas las aves ibéricas, colgando de las ramas de los sauces y chopos una bolsa tejida con fibras vegetales recubierta de fibras blancas. Polígamos, los machos terminan cada nido con cada una de las hasta cuatro hembras por temporada, con un embudo de entrada que dispone además de una puerta abatible.